“En la fase más antigua, en la que todavía no se reconocía una relación entre el hecho de engendrar y el de dar a luz, la mujer, la engendradora, aparecía como la fuerza creadora todopoderosa, que dominaba sobre el hombre y el animal, sobre la vida y la muerte. Como Gran Madre encarnaba el deseo humano de fertilidad así como la esperanza de superación de la muerte, a la que el hombre de la Edad de Piedra, que pocas veces alcanzaba una edad superior a los 25 ó 30 años, se enfrentaba mucho más directamente que el hombre de hoy. Su signo mágico, la vulva, la puerta hacia la vida, se grababa en la roca en los lugares de culto o se esculpía en relieve desde los más antiguos tiempos auriñacienses. En forma de cauríes acompañaba a los difuntos a la tumba, como amuleto, quizá para asegurarles la resurrección”.