¿Por qué será
que para hablar de los niños como lectores
pensamos de inmediato en la escuela y en la
enseñanza de la lectura? Seguramente
porque pecamos de ingenuos, pero también
porque resulta obligatorio reconocer a la
escuela como el espacio institucional en el
que los niños se forman como lectores.
Efectivamente, la escuela tiene la responsabilidad
de enseñar a leer, una obligación
educativa que la sociedad ha delegado en ésta.
Sin embargo, dado el carácter alfabetizador
de la escuela, no ha sido posible trascender
hacia un hábito en la población
infantil.
Por lo general, la escuela primaria se ha
preocupado solamente por enseñar el
mecanismo de la lectura. Pero en cuanto al
hábito lector, la escuela misma se
ha encargado de transferir a la familia la
responsabilidad de formar al niño como
un asiduo lector en el hogar. En esta coyuntura
se ha conseguido que el niño, entre
las tareas extraescolares para realizar en
casa, tenga que leer bajo la supervisión
de los padres, siempre que éstos asuman
tal labor. De esta forma, y otra más,
la escuela devuelve aquella responsabilidad
que se le había delegado socio-históricamente
para formar lectores.
Ante esta confusa situación, suele
suceder uno de tres hechos inevitables:
Que la familia acepte conscientemente la responsabilidad
que se le devuelve.- Si la familia tiene la
costumbre de leer y cuenta con suficientes
y variados textos, el niño desarrollará
con toda seguridad un hábito lector
aceptable, pero si en el hogar no hay rutina
por la lectura y tampoco cuenta con un mínimo
de textos, al niño le será muy
difícil fomentar una cultura lectora.
Que la familia acepte inocentemente la responsabilidad
que la escuela le devuelve.- Si los padres
tienen el hábito lector y una buena
cantidad de libros, lo más seguro será
que el niño se acerque a los textos
y los lea, por lo que sería posible
que se forme como un habitual lector, o quizás
tal posibilidad nunca se presente; pero si
en casa no se tiene dicha costumbre ni tampoco
libro alguno, resultará más
que difícil que el niño tenga
por rutina la lectura.
Que la familia rechace la responsabilidad
que se le quiere devolver.- Es posible que
los padres inscriban al niño en escuelas
de regularización, centros de educación
artística o en otro turno escolar;
estas acciones representan el bateo de la
responsabilidad que se quiso devolver al hogar.
Pero puede suceder que los padres asuman una
postura radical respecto de la responsabilidad
que tiene la escuela en la formación
lectora de los niños, lo que representa
una re-devolución de este compromiso
utilizando el mismo canal escuela-padres.
Ante esta situación, al no contar
con los apoyos y orientaciones que conduzcan
hacia la formación lectora, y sí
en cambio con las presiones escolares y familiares,
el niño, si bien le va, se adentrará
a una lectura obligada, con el consecuente
rechazo inherente a los libros. Aunque aquí
no termina el problema.
En el interior de la escuela, después
de cumplir con la alfabetización e
intentar devolver la responsabilidad del hábito
lector a la familia, la lectura es considerada
como un contenido escolar y un recurso de
aprendizaje. No se niega la necesidad de tomar
la lectura como contenido del programa educativo
ni tampoco se rechaza la ventaja de utilizar
la lectura como una excelente herramienta
para lograr aprendizajes diversos. Pero sí
puede cuestionarse que se le dé más
importancia a la medición de la lectura
o las pruebas de comprensión, que a
la práctica de leer. Cuando el niño
lee una gran cantidad de palabras por minuto,
en lugar de leer por leer, y cuando responde
preguntas sobre el contenido de un texto,
en vez de opinar sobre lo leído y expresar
libremente sus gustos y preferencias, lo único
que se logra es una mecanización de
la lectura, fría y bastante aburrida.
¿Cómo se puede lograr entonces
la formación del hábito lector?
Para ello, será importante saber cómo
se forman los hábitos culturales. Según
Tomashewski, la habilidad, la destreza y los
hábitos, se desarrollan en la práctica
de las actividades, y uno después de
otro. La habilidad estará desarrollada
cuando se tenga un control consciente y una
atinada dirección en la ejecución
de una actividad; la destreza, cuando se actúe
de manera automática, sin que exista
la necesidad ni control ni dirección
especiales sobre la conciencia y el hábito;
cuando las actividades automáticas
se han realizado varias veces con el acompañamiento
constante de los sentimientos del hombre,
de tal modo que se haya producido en éste
una fuerte necesidad de volver a repetir,
bajo determinadas circunstancias, dichas actividades
(la ejecución de tales actividades
proporciona placer, en tanto que un impedimento
causa insatisfacciones).
Con base en lo anterior, en cuanto a la formación
del hábito lector, será necesario
el desarrollo de habilidades y la destreza
en la práctica de la lectura; pero
de tal modo que no se desvíe hacia
una mecanización lectora, sino que
desde un principio la ejecución de
la lectura exija un control consciente sobre
lo que se lee, es decir, que leer resulte
comprender, y además que no se busque
la excelencia de una lectora oral, con la
debida puntuación, entonación
y demás, sino que trascienda a una
comprensión automática cada
vez que se lea. Cabe señalar que esta
comprensión automática de la
lectura no resulta, como algunos piensan,
una acción inconsciente, sino que al
comprender de manera automática un
texto, aquel control consciente que participó
en el desarrollo de la habilidad ha alcanzado
un mayor nivel al establecer una relación
entre lo leído y las experiencias personales,
la realidad circundante u otros textos conocidos,
así como entre lo que se lleva leído,
lo que se lee y lo que vaya a leerse en el
mismo texto.
De esta manera, al tener una idea sobre el
desarrollo del hábito por la lectura,
se puede advertir la necesidad de ciertos
apoyos que aseguren la formación de
lectores, aunque se requerirá de una
auténtica corresponsabilidad entre
la escuela y el hogar. De otra manera, el
problema persistirá.
Además de lo anterior, será
importante considerar ciertas recomendaciones
que apoyen la formación del habito
lector en los niños, como las siguientes:
La familia debe tener la costumbre de leer
en voz alta, de tal modo que todos puedan
y quieran participar. Quienes saben leer pueden
turnarse de vez en vez; quienes no, podrán
incorporarse cuando aprendan a hacerlo. No
debe faltar la opinión pública
y la crítica de cada miembro de la
familia cuando se haya terminado de leer un
texto, aunque será importante que se
haga de manera espontánea y libre.
Como en el grupo escolar, todos los niños
tendrán un mismo nivel pre-lector o
lector, además de contar con los libros
escolares, es conveniente contar con una pequeña
biblioteca que incluya todo tipo de textos
sin que sea obligatoria su lectura. Para operar
esta biblioteca, deben utilizarse todas las
estrategias posibles de motivación
para lograr que los niños se acerquen
a los libros, los hojeen y elijan entre todos
el que quieran sea leído en voz alta.
No deben olvidarse los comentarios espontáneos.
Conviene promover, tanto en la escuela como
en el hogar, la lectura silenciosa. Para esto,
es importante que se produzca una atmósfera
lectora; en casa cada cual puede leer lo que
quiera y cuanto quiera y, si lo desea, comentar
lo leído: en la escuela, a pesar de
que la vida escolar padece de horarios estrictos
de trabajo, pueden abrirse tiempos de lectura
en los que cada alumno elija un libro y lo
lea hasta donde desee, sin que sea obligatorio
que todos lo hagan. Las bibliotecas escolares,
las públicas o las salas de lectura,
pueden contribuir en mucho.
Habrá que resaltar la importancia que
tiene el contar con libros interesantes y
divertidos que despierten la inquietud por
leerlos, encontrar la mejor manera de motivar
a los niños para que lean lo que deseen
y cuanto quieran y orientar su formación
de lectores hacia el placer de la lectura.
(O.M., Mérida, Yucatán, Méx.,
mayo de 2002).
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