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URGENTE

PESE A LA GRAN RESTAURACIÓN QUEDAN PUNTOS NEGROS

Aznalcóllar: un desastre que dura una década

  • Años de trabajos y 200 millones de euros han recuperado la ribera del río sevillano

Izd., en 1998: dcha, ahora. (Vídeo: CSIC)

Actualizado martes 29/04/2008 11:58 (CET)
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GUSTAVO CATALÁN DEUS (Enviado especial)

AZNALCÓLLAR (SEVILLA).- Aquel sábado de hace 10 años el paisaje se tiñó de negro. Todo lo que alcanzaba la vista desde el helicóptero tenía esa tonalidad. Sólo el verdor de las copas de los árboles y el intenso color de las naranjas daban pinceladas distintas sobre la marea negra que había sepultado hasta la saturación la campiña del Guadiamar.

Hoy, ya no hay naranjos ni frutales, pero un espléndido bosque de ribera serpentea la vega del Guadiamar. Todo ha reverdecido tras años de trabajos, 200 millones de euros y las recientes lluvias. Se parece a una postal turística, si no fuera porque todavía quedan puntos negros que no se ven a simple vista.

«La restauración fluvial ha sido excelente, pero faltan dos cosas fundamentales: todavía hay contaminación en el Guadiamar procedente de la escombrera de residuos de la mina, y no se ha conectado el corredor del río con el Coto del Rey, en Doñana», afirma Miguel Ferrer, biólogo y director de la Estación Biológica de Doñana cuando ocurrió el desastre.

Sus críticas las comparten todas las organizaciones ecologistas, que reconocen los aspectos positivos de la restauración, pero no desean que la autocomplacencia lleve a no resolver los puntos negros. «Es posible revertir la situación», afirma WWF/Adena, que reclama la restauración del complejo minero de Aznalcóllar, el uso del agua del río Agrio (afluente del Guadiamar) exclusivamente para fines ambientales, la ampliación del Corredor del Guadiamar, límites a los planes urbanísticos en ciernes y la restauración definitiva del sistema hídrico de Doñana.

Seis millones de metros cúbicos de lodos como el betún se vertieron por la brecha de la balsa 10 años atrás. El estallido se produjo en el talud del inestable vertedero de residuos mineros que la empresa Boliden-Apirsa había ido llenado hasta la saturación. Un deficiente mantenimiento provocó el desastre, del que, por cierto, científicos y ecologistas ya habían avisado años atrás.

Si la visión desde el aire fue apocalíptica aquel 25 de abril de 1998, en tierra fue reveladora sobre el gran desastre en las mismas puertas de Doñana: los peces saltaban ante la llegada de las aguas muy ácidas, los cadáveres inertes impregnados de lodo se mecían en la orilla y las aves acuáticas habían desaparecido como si se las hubiera tragado la tierra.

Pero no, era la tierra la que había sido sepultada bajo una capa de lodos con elevadas concentraciones de metales pesados y sustancias tóxicas: el vertido llevaba entre otros cadmio, cinc, plomo y arsénico. Las cifras no dejaban lugar a dudas: 4.600 hectáreas afectadas a lo largo de 63 kilómetros del cauce del Guadiamar. Fantasmal.

¿Qué hacer? ¿Cómo evitar la llegada del vertido al parque de Doñana? ¿Cómo controlar un vertido tóxico de aquellas extraordinarias dimensiones? Un muro de contención que se levantó en las primeras horas en el límite del Parque Nacional de Doñana evitó males mayores en el más emblemático espacio natural de la Península.

Sin embargo, los siguientes días fueron caóticos. Hubo cruce de acusaciones entre la Administración socialista andaluza y la central del PP. La guerra estaba servida cuando intervino el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Un sanedrín de los mejores expertos se reunió en el Palacio de Doñana cuatro días después y puso sobre la mesa de Aznar el primer informe.

Aznar escuchó a la Ciencia

En la Moncloa hicieron caso. En la Junta de Andalucía también. Se repartieron las zonas de actuación y pusieron en marcha los trabajos inmediatos y dos grandes planes a largo plazo para recuperar lo perdido y mejorar la degradación de la comarca: Doñana 2005 y el Corredor Verde del Guadiamar.

La actuación inmediata sobre un vertido 100 veces mayor que el del petrolero Prestige movilizó a cientos de personas. Se gastaron 200 millones de euros. Mientras unos diseñaban dos plantas de depuración de las aguas vertidas, otros expropiaban las tierras afectadas, sellaban la balsa rota, retiraban las cosechas contaminadas y preparaban la retirada de los lodos.

Durante 208 días 500 camiones y un centenar de máquinas recorrieron 17 millones de kilómetros entre la zona contaminada y una antigua mina a cielo abierto, donde se depositaron millones de metros cúbicos del vertido. Tres camioneros fallecieron en aquel trasiego. Decenas de miles de toneladas de frutas y hortalizas fueron al vertedero, al igual que 27 toneladas de peces, cangrejos y aves.

Simultáneamente se realizaron 15.000 análisis científicos en cientos de puntos de muestreo, y decenas de informes y estudios para avanzar en la recuperación de la zona, algo que no se había hecho antes en ningún lugar.

Diez años después, casi todo está mejor que, incluso, antes del vertido. El Guadiamar ha logrado la figura de Paisaje Protegido y esta primavera parece un vergel; la balsa minera está sellada e inertizada; sobre lo que un día eran lodos al aire libre empiezan a colocarse paneles solares fotovoltaicos.

Aznalcóllar pasó de ser una ciudad minera con decenas de camiones y máquinas levantando polvo y vertiendo residuos a un polo de producción de energías renovables. Cerca de la balsa minera se ven tres torres de concentración solar –que serán ocho pronto–, donde convergen los rayos de cientos de espejos. Es el mayor proyecto de esta tecnología en el mundo y la espectral imagen da cuenta del profundo cambio socioeconómico llevado a cabo en este tiempo.

«Estamos muy satisfechos. Ha sido largo y costoso, pero ha merecido la pena», confiesa Concepción Pintos, directora general de Espacios Protegidos de Andalucía. Las 2.700 hectáreas que ahora tiene esa figura de protección reúnen los árboles que se salvaron y otros 3,5 millones plantados. La remediación de los suelos, la repoblacion de las especies acuáticas y la colonización de las aves son los mejores indicadores de que aquello va bien.

«Ha sido una actuación con resultados notables», afirma el biólogo Francisco Carrascal, técnico de la Consejería de Medio Ambiente, que ha estado a pie de río estos 10 años. En su opinión, los buenos resultados son consecuencia de que «se tomaron decisiones acertadas, rápidas y arriesgadas».

«Es un magnífico ejemplo de lo que la Ciencia puede ayudar», señala Fernando Hiraldo, actual director de la Estación Biológica de Doñana. «El presidente del CSIC, César Nombela arriesgó la cabeza, pero eso es lo que permitió la conexión entre la ciencia y la técnica y los resultados que ha habido», añade el biólogo.

Sin embargo, Hiraldo considera que de aquella colaboración entre científicos, políticos y técnicos no queda nada. Recuerda con amargura que en la siguiente situación catastrófica ambiental, cinco años después con el petrolero Prestige vertiendo fuel durante días, los científicos fueron ninguneados por los políticos con el resultado conocido. «No hemos aprendido de la experiencia», concluye.

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