(1921)
A Salvador Quintero El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor, que se fue y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor, que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor, que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! |
A Carlos Morla Vicuña El campo de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos están cargados de gritos. Una bandada de pájaros cautivos, que mueven sus larguísimas colas en lo sombrío. Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto de la guitarra. Es inútil callarla. Es imposible callarla. Llora monótona como llora el agua, como llora el viento sobre la nevada Es imposible callarla, Llora por cosas lejanas. Arena del Sur caliente que pide camelias blancas. Llora flecha sin blanco, la tarde sin mañana, y el primer pájaro muerto sobre la rama ¡Oh guitarra! Corazón malherido por cinco espadas La elipse de un grito, va de monte a monte. Desde los olivos, será un arco iris negro sobre la noche azul. ¡Ay! Como un arco de viola, el grito ha hecho vibrar largas cuerdas del viento. ¡Ay! (Las gentes de las cuevas asoman sus velones) ¡Ay! Oye, hijo mío, el silencio. Es un silencio ondulado, un silencio, donde resbalan valles y ecos y que inclinan las frentes hacia el suelo. Entre mariposas negras, va una muchacha morena junto a una blanca serpiente de niebla. Tierra de luz, cielo de tierra. Va encadenada al temblor de un ritmo que nunca llega; tiene el corazón de plata y un puñal en la diestra. ¿Adónde vas, siguiriya con un ritmo sin cabeza? ¿Qué luna recogerá tu dolor de cal y adelfa? Tierra de luz, cielo de tierra. Los niños miran un punto lejano. Los candiles se apagan. Unas muchachas ciegas preguntan a la luna, y por el aire ascienden espirales de llanto. Las montañas miran un punto lejano Los laberintos que crea el tiempo se desvanecen. (Sólo queda el desierto) El corazón fuente del deseo, se desvanece. (Sólo queda el desierto) La ilusión de la aurora y los besos se desvanecen. Sólo queda el desierto. Un ondulado desierto. |
A Jorge Zalamea Tierra seca, tierra quieta de noches inmensas. (Viento en el olivar, viento en la sierra.) Tierra vieja del candil y la pena. Tierra de las hondas cisternas. Tierra de la muerte sin ojos y las flechas. (Viento por los caminos. Brisa en las alamedas.) Sobre el monte pelado, un calvario. Agua clara y olivos centenarios. Por las callejas hombres embozados, y en las torres veletas girando. Eternamente girando. ¡Oh, pueblo perdido, en la Andalucía del llanto! El puñal entra en el corazón, como la reja del arado en el yermo. No. No me lo claves. No. El puñal, como un rayo de sol, incendia las terribles hondonadas. No. No me lo claves. No. Viento del Este; un farol y el puñal en el corazón. La calle tiene un temblor de cuerda en tensión, un temblor de enorme moscardón. Por todas partes yo veo el puñal en el corazón. El grito deja en el viento una sombra de ciprés. (Dejadme en este campo, llorando.) Todo se ha roto en el mundo. No queda más que el silencio. (Dejadme en este campo, llorando.) El horizonte sin luz está mordido de hogueras. (Ya os he dicho que me dejéis en este campo, llorando.) Muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No lo conocía nadie. ¡Cómo temblaba el farol! Madre. ¡Cómo temblaba el farolito de la calle! Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abierto al duro aire. Que muerto se quedó en la calle que con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie. Vestidas con mantos negros piensa que el mundo es chiquito y el corazón es inmenso. Vestida con mantos negros. Piensa que el suspiro tierno y el grito, desaparecen en la corriente del viento. Vestida con mantos negros. Se dejó el balcón abierto y el alba por el balcón desembocó todo el cielo. ¡Ay yayayayay, que vestida con mantos negros ! De la cueva salen largos sollozos. ( Lo cárdeno sobre el rojo). El gitano evoca países remotos. (Torres altas y hombres misteriosos ) En la voz entrecortada van sus ojos. (Lo negro sobre el rojo). Y la cueva encalada tiembla en el oro. (Lo blanco sobre el rojo). Ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos. Tú... por lo que ya sabes. ¡Yo la he querido tanto ! Sigue esa veredita. En las manos tengo los agujeros de los clavos. ¿No ves cómo me estoy desangrando? No mires nunca atrás, vete despacio y reza como yo a San Cayetano, que ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos. Campanas de Córdoba en la madrugada. Campanas de amanecer en Granada. Os sienten todas las muchachas que lloran a la tierna soleá enlutada. Las muchachas de Andalucía la alta y la baja. Las niñas de España de pie menudo y temblorosas faldas, que han llenado de luces las encrucijadas. ¡Oh, campanas de Córdoba en la madrugada. y oh, campanas de amanecer en Granada! |
A Francisco Iglesias Los arqueros oscuros a Sevilla se acercan. Guadalquivir abierto. Anchos sombrero grises, largas capas lentas. ¡Ay, Guadalquivir! Vienen de los remotos países de la pena. Guadalquivir abierto. Y van a un laberinto. Amor, cristal y piedra. ¡Ay, Guadalquivir! Cirio, candil, farol y luciérnaga. La constelación de la saeta. Ventanitas de oro tiemblan, y en la aurora se mecen cruces superpuestas. Cirio, candil, farol y luciérnaga. Sevilla es una torre llena de arqueros finos. Sevilla para herir. Córdoba para morir. Una ciudad que acecha largos ritmos, y los enrosca como laberintos. Como tallos de parra encendidos. Sevilla para herir. Bajo el arco del cielo, sobre su llano limpio, dispara la constante saeta de su río. Córdoba para morir. Y loca de horizonte mezcla en su vino, lo amargo de don Juan y lo perfecto de Dionisio. Sevilla para herir. ¡Siempre Sevilla para herir! Por la calleja vienen extraños unicornios. ¿De qué campo, de qué bosque mitológico? Más cerca, ya parecen astrónomos. Fantásticos Merlines y el Ecce Homo, Durandarte encantado. Orlando furioso. Virgen con miriñaque, virgen de la Soledad, abierta como un inmenso tulipán. En tu barco de luces vas por la alta marea de la ciudad, entre saetas turbias y estrellas de cristal. Virgen con miriñaque tú vas por el río de la calle, !hasta el mar! Cristo moreno pasa de lirio de Judea a clavel de España. ¡Miradlo, por dónde viene! De España. Cielo limpio y oscuro, tierra tostada, y cauces donde corre muy lenta el agua. Cristo moreno, con las guedejas quemadas, los pómulos salientes y las pupilas blancas. ¡Miradlo, por dónde va! La Lola canta saetas. Los toreritos la rodean, y el barberillo desde su puerta, sigue los ritmos con la cabeza. Entre la albahaca y la hierbabuena, la Lola canta saetas. La Lola aquella, que se miraba tanto en la alberca. Pero como el amor los saeteros están ciegos. Sobre la noche verde, las saetas, dejan rastros de lirio caliente. La quilla de la luna rompe nubes moradas y las aljabas se llenan de rocío. ¡Ay, pero como el amor los seateros están ciegos! |
A Eugenio Montes En la torre amarilla, dobla una campana. Sobre el viento amarillo, se abren las campanadas. En la torre amarilla, cesa la campana. El viento con el polvo, hace proras de plata. Cien jinetes enlutados, ¿dónde irán, por el cielo yacente del naranjal? Ni a Córdoba ni a Sevilla llegarán. Ni a Granada la que suspira por el mar. Esos caballos soñolientos los llevarán, al laberinto de las cruces donde tiembla el cantar. Con siete ayes clavados, ¿dónde irán, los cien jinetes andaluces del naranjal? La guitarra, hace llorar a los sueños. El sollozo de las almas perdidas, se escapa por su boca redonda. Y como la tarántula teje una gran estrella para cazar suspiros, que flotan en su negro aljibe de madera. En la noche del huerto seis gitanas vestidas de blanco bailan. En la noche del huerto, coronadas con rosas de papel y biznagas. En la noche del huerto sus dientes de nácar, escriben la sombra quemada. Y en la noche del huerto sus sombras se alargan, y llegan hasta el cielo moradas. En la casa blanca muere la perdición de los hombres. Cien jacas caracolean. Sus jinetes están muertos. Bajo las estremecidas estrellas de los velones, su falda de moaré tiembla entre sus muslos de cobre. Cien jacas caracolean. Sus jinetes están muertos. Largas sombras afiladas vienen del turbio horizonte, y el bordón de una guitarra se rompe. Cien jacas caracolean. Sus jinetes están muertos. ¡Ay, petenera gitana! ¡Yayay petenera! Tu entierro no tuvo niñas buenas. Niñas que le dan a Cristo muerto sus guedejas, y llevan blancas mantillas en las ferias. Tu entierro fue de gente siniestra. Gente con el corazón en la cabeza, que te siguió llorando por las callejas. ¡Ay, petenera gitana! ¡Yayay petenera! Los cien enamorados duermen para siempre bajo la tierra seca. Andalucía tiene largos caminos rojos. Córdoba, olivos verdes donde poner cien cruces, que los recuerden. Los cien enamorados duermen para siempre. En las torres amarillas, doblan las campanas. Sobre los vientos amarillos, se abren las campanadas. Por un camino va la muerte, coronada, de azahares marchitos. Canta y canta una canción en su vihuela blanca, y canta y canta y canta. En las torres amarillas, cesan las campanas. El viento con el polvo, hace proras de plata. |
A Máximo Quijano Bajo el naranjo lava pañales de algodón. Tiene verdes los ojos y violeta la voz. ¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor! El agua de la acequia iba llena de sol, en el olivarito cantaba un gorrión. ¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor! Luego, cuando la Lola gaste todo el jabón, vendrán los torerillos. ¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor! Amparo, ¡qué sola estás en tu casa vestida de blanco! (Ecuador entre el jazmín y el nardo.) Oyes los maravillosos surtidores de tu patio, y el débil trino amarillo del canario. Por la tarde ves temblar los cipreses con los pájaros, mientras bordas lentamente letras sobre el cañamazo. Amparo, ¡qué sola estás en tu casa vestida de blanco! Amparo, ¡y qué difícil decirte: yo te amo! |
A Manuel Torres "Niño de Jerez" que tiene tronco de faraón Entre italiano y flamenco, ¿cómo cantaría aquel Silverio? La densa miel de Italia con el limón nuestro, iba en el hondo llanto del siguiriyero. Su grito fue terrible. Los viejos dicen que se erizaban los cabellos, y se abría el azogue de los espejos. Pasaba por los tonos sin romperlos. Y fue un creador y un jardinero. Un creador de glorietas para el silencio. Ahora su melodía duerme con los ecos. Definitiva y pura ¡Con los últimos ecos! Juan Breva tenía cuerpo de gigante y voz de niña. Nada como su trino. Era la misma pena cantando detrás de una sonrisa. Evoca los limonares de Málaga la dormida, y hay en su llanto dejos de sal marina. Como Homero cantó ciego. Su voz tenía, algo de mar sin luz y naranja exprimida. Lámparas de cristal y espejos verdes. Sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación con la muerte. La llama no viene, y la vuelve a llamar. Las gentes aspiran los sollozos. Y en los espejos verdes, largas colas de seda se mueven. A Miguel Benítez Sobre el cielo negro, culebrinas amarillas. Vine a este mundo con ojos y me voy sin ellos. ¡Señor del mayor dolor! Y luego, un velón y una manta en el suelo. Quise llegar a donde llegaron los buenos. ¡Y he llegado, Dios mío!... Pero luego, un velón y una manta en el suelo. Limoncito amarillo, limonero. Echad los limoncitos al viento. ¡Ya lo sabéis!... Porque luego, luego, un velón y una manta en el suelo. Sobre el cielo negro, culebrinas amarillas. La mano crispada como una Medusa ciega el ojo doliente del candil. As de bastos. Tijeras en cruz. Sobre el humo blanco del incienso, tiene algo de topo y mariposa indecisa. As de bastos. Tijeras en cruz. Aprieta un corazón invisible, ¿la veis? Un corazón reflejado en el viento. As de bastos. Tijeras en cruz. Cuando yo me muera enterradme con mi guitarra bajo la arena. Cuando yo me muera, entre los naranjos y la hierbabuena. Cuando yo me muera, enterradme, si queréis, en una veleta. ¡Cuando yo me muera! |
A Pilar Zubiaurre La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra por los hondos caminos de la guitarra. Y hay un olor a sal y a sangre de hembra, en los nardos febriles de la marina. La muerte entra y sale y sale y entra la muerte de la taberna. En la casa se defienden de las estrellas. La noche se derrumba. Dentro hay una niña muerta con una rosa encarnada oculta en la cabellera. Seis ruiseñores la lloran en la reja. Las gentes van suspirando con las guitarras abiertas. En la casa se defienden de las estrellas. La noche se derrumba. Dentro hay una niña muerta con una rosa encarnada oculta en la cabellera. Seis ruiseñores la lloran en la reja. Las gentes van suspirando con las guitarras abiertas. La Carmen está bailando por las calles de Sevilla. Tiene blancos los cabellos y brillantes las pupilas. ¡Niñas, corred las cortinas! En su cabeza se enrosca una serpiente amarilla, y va soñando en el baile con galanes de otros días. ¡Niñas, corred las cortinas! Las calles están desiertas y en los fondos se adivinan, corazones andaluces buscando viejas espinas. ¡Niñas, corred las cortinas! |
A Regino Sainz de la Maza En la redonda encrucijada, seis doncellas bailan. Tres de carne y tres de plata. Los sueños de ayer las buscan pero las tiene abrazadas, un Polifemo de oro. ¡La guitarra! ¡Oh, qué grave medita la llama del candil! Como un faquir indio mira su entraña de oro y se eclipsa soñando atmósferas sin viento. Cigüeña incandescente pica desde su nido a las sombras macizas, y se asoma temblando a los ojos redondos del gitanillo muerto. Crótalo. Crótalo. Crótalo. Escarabajo sonoro. En la araña de la mano rizas el aire cálido, y te ahogas en tu trino de palo. Crótalo. Crótalo. Crótalo. Escarabajo sonoro. Laoconte salvaje. ¡Qué bien estás bajo la media luna! Múltiple pelotari. ¡Qué bien estás amenazando al viento! Dafne y Atis, saben de tu dolor. Inexplicable. Pulpo petrificado. Pones cinchas cenicientas al vientre de los montes, y muelas formidables a los desfiladeros. Pulpo petrificado. La cruz. (Punto final del camino) Se mira en la acequia. (Puntos suspensivos.) |
Teniente coronel. Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil. Sargento. Sí Teniente coronel. Y no hay quien me desmienta. Sargento. No Teniente coronel. Tengo tres estrellas y veinte cruces. Sargento. Sí. Teniente coronel. Me ha saludado el cardenal arzobispo con sus veinticuatro borlas moradas. Sargento. Sí. Teniente coronel. Yo soy el teniente. Yo soy el teniente. Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil. (Romeo y Julieta, celeste, blanco y oro, se abrazan sobre el jardín de tabaco de la caja de puros. El militar acaricia el cañón de un fusil lleno de sombra submarina. Una voz fuera) Luna, luna, luna, luna, del tiempo de la aceituna. Cazorla enseña su torre y Benamejí la oculta. Luna, luna, luna, luna. Un gallo canta en la luna. Señor alcalde, sus niñas están mirando a la luna. Teniente coronel. ¿Qué pasa? Sargento. Un gitano. (La mirada de mulo joven del gitanillo ensombrece y agiganta los ojirris del teniente coronel de la Guardia Civil) Teniente coronel. Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil. Sargento. Sí. Teniente coronel. ¿Tú, quién eres? Gitano Un gitano. Teniente coronel. ¿Y qué es un gitano? Gitano Cualquier cosa. Teniente coronel. ¿Cómo te llamas? Gitano Eso. Teniente coronel. ¿Qué dices? Gitano Gitano. Sargento. Me lo encontré y lo he traido. Teniente coronel. ¿Dónde estabas? Gitano En la puente de los ríos. Teniente coronel. Pero, ¿de qué ríos? Gitano De todos los ríos. Teniente coronel. ¿Y qué hacías allí? Gitano Una torre de canela Teniente coronel. ¡Sargento! Sargento. A la orden, mi teniente coronel de la Guardia Civil. Gitano He inventado unas alas para volar, y vuelo. Azufre y rosas en mis labios. Teniente coronel. ¡Ay! Gitano Aunque no necesito alas, porque vuelo sin ellas. Nubes y anillos en mi sangre. Teniente coronel. ¡Ayy! Gitano En enero tengo azahar. Teniente coronel. ¡Ayyyyy!(Retorciéndose) Gitano Y naranjas en la nieve. Teniente coronel. ¡Ayyyy, pun, pin, pam!!! (Cae muerto). (El alma de tabaco y café con leche del teniente coronel de la Guardia Civil sale por la ventana) Sargento. ¡Socorro! (En el patio del cuartel, cuatro guardias civiles apalean al gitanillo) Veinticuatro bofetadas. Veinticinco bofetadas; después, mi madre, a la noche, me pondrá en papel de plata. Guardia civil caminera, dadme unos sorbitos de agua. Agua con peces y barcos. Agua, agua, agua, agua. ¡Ay, mandor de los civiles que estás arriba en tu sala! ¡No habrá pañuelos de seda para limpiarme la cara! |
Una voz. Amargo. Las adelfas de mi patio. Corazón de almendra amarga. Amargo. (Llegan tres jóvenes con anchos sombreros) Joven 1. Vamos a llegar tarde. Joven 2. La noche se nos echa encima Joven 1. ¿Y ése? Joven 2. Viene detrás. Joven 1. (En alta voz.) ¡Amargo! Amargo. (Lejos.) Ya voy. Joven 2. (A voces.) ¡Amargo! Amargo. (Con calma.) ¡Ya voy! (Pausa.) Joven 1. ¡Qué hermosos olivares! Joven 2. Sí. (Largo silencio.) Joven 1. No me gusta andar de noche. Joven 2. Ni a mí tampoco. Joven 1. La noche se hizo para dormir. Joven 2. Es verdad. (Ranas y grillos hacen la glorieta del estío andaluz. El Amargo camina con las manos en la cintura.) Amargo. Ay yayayay. Yo le pregunté a la muerte. Ay yayayay. (El grito de su canto pone un acento circunflejo sobre el corazón de los que le han oído.) Joven 1. (Desde muy lejos.) ¡Amargo! Joven 2. (Casi perdido.) ¡Amargooo! (Silencio.) (El Amargo está solo en medio de la carretera. Entorna sus grandes ojos verdes y se ciñe la chaqueta de pana alrededor del talle. Altas montañas le rodean. Su gran reloj de plata le suena oscuramente en el bolsillo a cada paso.) (Un Jinete viene galopando por la carretera.) Jinete. (Parando el caballo) ¡Buenas noches! Amargo. A la paz de Dios. Jinete. ¿Va usted a Granada? Amargo. A Granada voy. Jinete. Pues vamos juntos. Amargo. Eso parece. Jinete. ¿Por qué no monta en la grupa? Amargo. Porque no me duelen los pies. Jinete. Yo vengo de Málaga. Amargo. Bueno. Jinete. Allí están mis hermanos. Amargo. (Displicente.) ¿Cuántos? Jinete. Son tres. Venden cuchillos. Ese es el negocio. Amargo. De salud les sirva. Jinete. De plata y de oro. Amargo. Un cuchillo no tiene que ser más que cuchillo. Jinete. Se equivoca. Amargo. Gracias. Jinete. Los cuchillos de oro se van solos al corazón. Los de plata cortan el cuello como una brizna de hierba. Amargo. ¿No sirven para partir el pan? Jinete. Los hombres parten el pan con las manos. Amargo. ¡Es verdad! (El caballo se inquieta.) Jinete. ¡Caballo! Amargo. Es la noche. (El camino ondulante salomoniza la sombra del animal) Jinete. ¿Quieres un cuchillo? Amargo. No Jinete. Mira que te lo regalo. Amargo. Pero yo no lo acepto. Jinete. No tendrás otra ocasión. Amargo. ¿Quién sabe? Jinete. Los otros cuchillos no sirven. Los otros cuchillos son blandos y se asustan de la sangre. Los que nosotros vendemos son fríos. ¿Entiendes? Entran buscando el sitio de más calor, y allí se paran. (El Amargo se calla. Su mano derecha se le enfría como si agarrase un pedazo de oro.) Jinete. ¡Qué hermoso cuchillo! Amargo. ¿Vale mucho? Jinete. Pero ¿no quieres éste? (Saca un cuchillo de oro. La punta brilla como una llama de candil.) Amargo. He dicho que no. Jinete. ¡Muchacho, súbete conmigo! Amargo. Todavía no estoy cansado. (El caballo se vuelve a espantar.) Jinete. (Tirando de las bridas.) Pero ¡qué caballo este! Amargo. Es lo oscuro. (Pausa.) Jinete. Como te iba diciendo, en Málaga están mis tres hermanos. ¡Qué manera de vender cuchillos! En la catedral compraron dos mil para adornar todos los altares y poner una corona a la torre. Muchos barcos escribieron en ellos sus nombres; los pescadores más humildes de la orilla del mar se alumbran de noche con el brillo que despiden sus hojas afiladas. Amargo. ¡Es una hermosura! Jinete. ¿Quién lo puede negar? (La noche se espesa como un vino de cien años. La serpiente gorda del Sur abre sus ojos en la madrugada, y hay en los durmientes un deseo infinito de arrojarse por el balcón a la magia perversa del perfume y la lejanía.) Amargo. Me parece que hemos perdido el camino. Jinete. (Parando el caballo.) ¿Sí? Amargo. Con la conversación. Jinete. ¿No son aquellas las luces de Granada? Amargo. No sé. Jinete. El mundo es muy grande. Amargo. Como que está deshabitado. Jinete. Tú lo estás diciendo. Amargo. ¡Me da una desesperanza! ¡Ay yayayay! Jinete. Porque llegas allí. ¿Qué haces? Amargo. ¿Qué hago? Jinete. Y si te estás en tu sitio, ¿para qué quieres estar? Amargo. ¿Para qué? Jinete. Yo monto este caballo y vendo cuchillos, pero si no lo hiciera, ¿qué pasaría? Amargo. ¿Qué pasaría? (Pausa.) Jinete. Estamos llegando a Granada. Amargo. ¿Es posible? Jinete. Mira cómo relumbran los miradores. Amargo. Si, ciertamente. Jinete. Ahora no te negarás a montar conmigo. Amargo. Espera un poco. Jinete. ¡Vamos, sube! Sube de prisa. Es necesario llegar antes de que amanezca... Y toma este cuchillo. ¡Te lo regalo! Amargo. ¡Ay yayayay! (El jinete ayuda al Amargo. Los emprenden el camino de Granada. La sierra del fondo se cubre de cicutas y de ortigas) Lo llevan puesto en mi sábana mis adelfas y mi palma. Día veintisiete de agosto con un cuchillito de oro. La cruz. ¡Y vamos andando! Era moreno y amargo. Vecinas, dadme una jarra de azófar con limonada. La cruz. No llorad ninguna. El Amargo está en la luna. |